¿A quién representan los representantes? 

Lizette Clavel En virtud de los diversos ejercicios de democracia participativa emprendidos por el Presidente, se nos viene la reflexión respecto a los tipos de democracia -hasta ahora meramente representativa- que, bajo la interpretación de los artículos 39 y 40 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el pueblo “cede” su soberanía

Lizette Clavel

En virtud de los diversos ejercicios de democracia participativa emprendidos por el Presidente, se nos viene la reflexión respecto a los tipos de democracia -hasta ahora meramente representativa- que, bajo la interpretación de los artículos 39 y 40 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el pueblo “cede” su soberanía a representantes electos, justamente, para que les representen.

Algunos teóricos han hablado de la democracia deliberativa, que es aquella en la cual se somete a consideración del pueblo algunas decisiones sobre políticas públicas; la participativa, en donde se toma el parecer del pueblo en asuntos estratégicos, y la directa: aquella que se vivía en la antigua Grecia y donde en asamblea se consultaba de manera directa.

Una mezcla de todo esto son actualmente los Legislativos. Hay una asamblea de personas que representan una porción del territorio de cada estado. A esa porción se le denomina distrito electoral local, mismo que representa aproximadamente a 300 mil personas cada uno. 

Sin embargo, a diferencia del modelo americano en donde con toda claridad se puede inferir qué intereses populares, empresariales o sectoriales son representados por un legislador especifico; en México es un tema confuso dado que la mayoría de los representantes votan, no por la persona y los intereses que representa, sino por temas de la agenda del partido que les llevó a la candidatura primero, y luego al escaño o curul. El problema es que muchas de las veces, este tipo de lógicas puede contravenir de manera directa los intereses de las personas de su distrito electoral, o bien el propio argumento esgrimido en campaña.

Lo cierto es que a través de los individuos y del intercambio de beneficios (depensas y apoyos) los partidos obtienen votos, pero la identidad de éstos, como la de los legisladores por los que votamos, se ha venido diluyendo y su credibilidad, que nunca ha sido sobresaliente, está cada vez  peor evaluada. Incluso hoy, con las alianzas inconcebibles en el plano ideológico (PRD y PAN, por ejemplo) ninguno puede presentar una imagen positiva ante sus correligionarios, menos aún ante la opinión pública. 

Entre las causas de esta percepción figura la opaca asignación de recursos que en lo individual y en alianza alcanzan los partidos y la limitación legal para la libertad de asociación cuando de facto, la autoridad electoral establece parámetros inalcanzables algunas veces e inexplicables o inauditables otras.

Por tanto, es necesario plantearse nuevos mecanismos de representación que permitan no sólo la rendición de cuentas, sino ejercer el parlamento abierto a la ciudadanía de manera bidireccional real. Que sin falsas ideologías y con real cinismo, traduzca las necesidades del distrito al que se representa en instrumentos legislativos para entonces sí, dar respuestas a los electores, en vez de quedarnos en un estadio de representación de agendas de partido que poco tienen que ver con las inquietudes y sentir ciudadano.

En nuestro país, la construcción de un sistema representativo eficaz debería ser liderado por los partidos (pues no hay verdadera representación CIUDADANA); pero ante las alianzas con objetos electorales, resulta imposible que estos institutos lo hagan. Por el contrario, contribuyen a limitar el ingreso de nuevos partidos o de nuevos actores en la arena política. 

En resumidas cuentas, no es que no se pueda, es que no se quiere. Está al alcance de los partidos políticos identificar las necesidades en lugar de construir “el montón” para dar la batalla, o buscar en las encuestas al de mayor probabiliad (que no posibilidades ni habilidades) tiene de ganar. 

Son más que evidentes los avances democráticos no eficientes que hemos tenido como Nación, así como las áreas de oportunidad que los congresos locales y federales tienen de renovar, en lo individual y en el conjunto. Se puede y se debe dejar atrás el corporativismo, el individualismo o el culto a la personalidad. 

Sólo así podríamos comenzar una nueva etapa de democracia realmente representativa pues, el mejor legislador, según Polsby, no es aquel que más iniciativas presenta al Pleno, sino aquel que mejor ejerce su función: representar a sus electores. 

Hoy por lo pronto, ser político, militante de un partido, candidato independiente, funcionario público u oposición, exige debatir, dar orientación política, practicar la creatividad institucional y formular alternativas frente al actuar tradicional de los políticos. Representar de verdad a los representados. 

Lizette Clavel
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