La Visión de Chihuahua

Luis Froylán Castañeda * LÓPEZ OBRADOR PONE LA RISA, NOSOTROS LOS MUERTOS * ¿CUÁNTO VALE LA VIDA EN NUESTRO QUERIDO MÉXICO? Dos horas después de que el presidente López Obrador ridiculizase, riendo burlonamente, a Felipe Calderón vestido de militar junto al entonces secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván, en Ciudad Juárez sicarios del mal irrumpieron en un restaurante de franquicia y dejaron muertas sobre su sangre a cuatro

Luis Froylán Castañeda

* LÓPEZ OBRADOR PONE LA RISA, NOSOTROS LOS MUERTOS 
* ¿CUÁNTO VALE LA VIDA EN NUESTRO QUERIDO MÉXICO?

Dos horas después de que el presidente López Obrador ridiculizase, riendo burlonamente, a Felipe Calderón vestido de militar junto al entonces secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván, en Ciudad Juárez sicarios del mal irrumpieron en un restaurante de franquicia y dejaron muertas sobre su sangre a cuatro personas, conmocionando a una sociedad acostumbrada a convivir con la violencia urbana.

En esas mismas dos horas otras cuatro personas eran asesinadas en diferentes regiones del país, ocho cada hora, de las cuales dos son menores de 18 años, quedando impune el 97 por ciento de las muertes, según datos oficiales de la Secretaría de Seguridad y el INEGI. También en esas dos horas estaba ocurriendo un feminicidio, once cada día, desaparecían a personas y torturaban o herían a un número indeterminado.

Hechos estrujantes como el del Denys-Tecnológico en Ciudad Juárez, donde a media mañana sucedió la masacre de los cuatro asesinados, obligan una pregunta: ¿Cuánto vale, en el sexenio de abrazos y no balazos, la vida de un mexicano común? La respuesta es aterradora; absolutamente nada, como dijo el genial José Alfredo Jiménez de su estado natal, Guanajuato.

A excepción del presidente, la poderosa clase política y los empresarios acaudalados que son custodiados permanentemente por pequeños ejércitos, ahora mismo todos los mexicanos estamos a merced del crimen y nada podemos hacer para sentirnos a salvo. Si usted molesta, consciente o inconscientemente por el motivo que sea, a cualquier jefecillo de una banda criminal, su vida queda en manos del “ofendido”.

Y esos jefecillos, millares peleando por franjas del territorio nacional, suelen molestarse por que accidentalmente tomó una foto inoportuna, pasó por cierto lugar a horas inadecuadas, compró implementos agrícolas o ferreteros en el establecimiento equivocada o llegó a comer en un restaurante de “los enemigos”. La lista de agravios por las que ordenan matar es tan grande como su paranoia y lo hacen sabiéndose absolutamente impunes.

El abandono del primer deber que tiene con los gobernados, garantizar su seguridad, es criminal sin temor a exagerar el término, propicia un estado de muerte. Si los sicarios quieren asesinarlo en su casa, entran a su casa; si eligen un restaurante, no se detienen ni estando militares dentro; si prefieren verlo muerto en su vehículo, ahí lo asesinan así esté acompañado de su familia. No hay lugar donde pueda estar seguro.

Y nuestro señor presidente, con el cinismo de la impudicia y la risa del embaucador profesional ata su narrativa al sexenio de Calderón, responsabilizándolo de las muertes actuales. Que si y mil veces si, Calderón equivocó la estrategia declarando la guerra al crimen intentando afianzar sobre los otros carteles al grupo de Culiacán y sembró al país de violencia; Que si y mil veces si, la corrupta frivolidad de Peña lo distrajo de sus deberes dejando actuar al crimen. Pero cuándo empieza nuestro presidente, al que 30 millones de mexicanos elegimos en junio del 2018, a gobernar pensando en la violencia que desangra al país.

Los muertos de Calderón quedan en Calderón, los de Peña en Peña ¿Dónde poner a los de López Obrador? ¿Con cargo a quien los sepultan sus deudos? ¿Qué decirles a sus dolientes, hijos, esposas, madres, hermanos? ¿Los distribuimos entre Peña y Calderón? ¿Hacemos que no murieron? ¿Culpamos a los conservadores, a la CIA, a la DEA? ¿A quien cargar esas vidas?. Yo digo, para satisfacer su contumacia criminal, que los pongamos con cargo a los tiempos. Así nos enseñaron sus abuelos de la Península; crímenes son del tiempo no de Estaña.

Dejarlas al tiempo es lo mejor porque, visto está, de nada sirve citar cifras de asesinados en lo que va del sexenio, hacer comparaciones de muertos entre los últimos tres gobiernos, reseñar masacres, contar las regiones gobernadas por los grupos criminales, identificar las carreteras del país por las que no se puede transitar entre las seis de la tarde y las seis de la mañana. 

Tampoco sirve de nada recordar a Ovidio, el saludo a su abuela, volver a ver los videos donde sicarios insultan, desarman, se mofan o persiguen a militares en servicio, recuperar sus frases donde hace apología de los criminales, lamentar la burla internacional, ni enfadarse por que siempre tenga otros datos, “vamos requetebién”.

Tenemos un presidente insensible al dolor humano, incapaz de sentir empatía con las comunidades que malviven secuestrados por el crimen, por los desplazados, por los que lloran a sus muertos. Dejémoslo así, de nada sirve por que él seguirá poniendo la sonrisa y nosotros los muertos.

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