México recibe con honores a dos de las figuras indiscutibles en la historia del género urbano, como es el caso de Mike Goldman y Lorna. De este modo y donde la brisa nocturna se mezcla con los ritmos latinos que resuenan en cada esquina, ha nacido una nueva vibración musical que promete reescribir la historia urbana local. “Sexo”, el sencillo que hoy inunda plataformas y parlantes, ha llegado; y lo ha hecho como un viejo secreto revelado en pleno desvelo colectivo. Ya está disponible en todo el territorio mexicano, emergiendo como una promesa, como un fuego que aún no termina de encender.
Lorna, esa voz panameña cuyo poder sensual atravesó mares y fronteras con “Papi chulo… (te traigo el mmmm…)”, vuelve a desafiar la lógica del reguetón. Fue ella quien, con el aliento de Panamá y el pulso de sus ancestros, impuso ese hit que no solo dominó playlists europeas —alcanzando el número 1 en Francia, número 2 en Italia y Bélgica, número 4 en los Países Bajos, y escalando vertiginosamente por toda América— sino que además abrió puertas y despertó el eco global del género. Hoy, en México, ese legado se torna semilla: su presencia en “Sexo” no es casual, es un acto consciente de trascendencia, de empoderamiento femenino que camina erguido sobre las huellas dejadas por su voz.
Frente a ella, Mike Goldman toma el relevo con soberbia y pasión. Aunque menos documentado en las crónicas, su fisonomía musical se distingue en la nueva era reguetonera: es un artista nacido de ritmos latinos y pop urbano, forjado en melodías pegajosas que han cobrado forma en éxitos recientes como “Pal Piso” o “Chucha de Su Madre”, además de tener que ver con el éxito mundial “Chacarrón”. Sin embargo, es en “El Gato Volador”, ese himno espontáneo nacido en las noches de estudio de El Chombo en 1999, donde Goldman ciñe su reinado. Aquel tema surgió casi por azar —una idea improvisada mientras observaban caricaturas animadas para niños— y, contra todo pronóstico, se convirtió en la chispa que dominó fiestas y se convirtió en símbolo de cultura popular. Al apropiarse de ese legado, Goldman se erige como un guardián de lo imprevisible, del ritmo que emerge de la nada para volar en el aire colectivo.
Y ahora, los dos convergen en esta nueva obra: ella, con la madurez que da haber encendido el fuego reguetonero femenino desde su origen; él, heredero de lo espontáneo, de lo viral, de lo que se escapa de las reglas. “Sexo” es la síntesis perfecta de esos mundos: una llamada íntima que dialoga con el pasado de ambos, con su historia, y con la ciudad que los recibe. México no es un simple escenario: se convierte en confidente, en testigo y en coautor de este momento.
En cada línea, “Sexo” parece susurrar su propia leyenda. La voz de Lorna no solo canta, reclama: su timbre lleva la autoridad de quien abrió caminos. Al mismo tiempo, Goldman inyecta esa energía bromista, juguetona y feroz que encarnó en sus éxitos, transformando lo arbitrario en tradición sonora. El resultado es una pieza que trasciende lo efímero y se planta como testimonio de dos trayectorias que, aunque distintas, cosen el mismo territorio: el reguetón que palpita, que habla, que arde.
Hoy, en México, el sencillo no solo está disponible: está vivo. Flota entre audífonos y bocinas, se desliza por el pulso urbano, se convierte en un latido compartido. La colaboración se siente casi visceral, como si “Sexo” respirara México desde adentro, capturando el deseo y la historia, la provocación y la autenticidad, el retorno y el impulso renovado.
Bajo esas luces, Lorna y Mike Goldman no solo lanzan un tema más: entregan una declaración de continuidad y reinvención. Sus voces se funden, se deslizan, se desafían mutuamente, y construyen una narrativa sonora que late en cada calle, cada antro, cada bolsillo que lleva la canción en su celular. México los abraza, y ellos responden con un hit que se saborea, que se siente en la piel, que prende incendio.
“Sexo” ya está aquí. Y con él, la promesa de un nuevo capítulo en el reguetón: emotivo, intenso, implacable. Que su eco se alargue, sí, como la noche, como el deseo, como la eternidad del ritmo compartido.