*Carmen Guadalupe Casas Ratia, Cristina Oehmichen Bazán, Gustavo López Castro, Omar Isidro Asiain y Guadalupe Beltrán Larrazolo analizaron las causas de este fenómeno y propusieron soluciones
Redacción Agencia Libertad ANI (México 26 de septiembre).- Una persona que cambia de país se desarraiga o deja lo que ha conocido y se atreve a viajar a lugares nuevos con la esperanza de encontrar una vida mejor. Son actores sociales considerados vulnerables, aunque no son seres pasivos porque tienen capacidad de respuesta para enfrentar los desafíos que se les presentan, afirmaron académicos, representantes de organizaciones civiles y de instituciones públicas.
En la sesión inaugural del Segundo Seminario Permanente “Violencias que impiden la integración de la infancia y juventud migrante en la sociedad: xenofobia, racismo y discriminación”, la directora de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la UNAM, Carmen Guadalupe Casas Ratia, expuso la relevancia del enfoque interdisciplinario en el estudio y propuestas de intervención en los procesos de movilidad que enfrentan niños, niñas y adolescentes mexicanos y extranjeros, ante la falta de programas de inclusión y política pública que les ofrezcan mejores oportunidades de vida y desarrollo en sus lugares de origen.
Esta situación lamentablemente se agravó en la pandemia, pues numerosos países como Estados Unidos, por ejemplo, cancelaron sus procesos de asilo y procedimientos migratorios, lo que incrementó la tensión en las fronteras ante la desesperación y frustración con que ahora se conducen los migrantes.
Se trata de una de las mayores tragedias humanas: la xenofobia, el racismo y la discriminación que padecen las infancias y juventudes, sobre todo de raíces indígenas. “La violencia, pobreza y limitado acceso a servicios sociales y a una educación de calidad en las comunidades que los vieron nacer, son tan desgarradoras que estos sectores son expulsados y obligados a tomar la difícil decisión de dejarlas, y no siempre en compañía de familiares o alguna persona adulta”.
Este problema, continuó la directora, ha provocado un infortunio humanitario, toda vez que los infantes –además de no acceder a la salud y a la educación– son blanco fácil de situaciones que ponen en riesgo su vida. Por ejemplo, son aprehendidos y deportados sin el debido acompañamiento, están expuestos al crimen organizado y al tráfico de personas; además de ser víctimas de distintos tipos de violencia, incluida la sexual.
De ahí la importancia y pertenencia de este Seminario, coordinado y moderado por Javier Carreón Guillén, profesor de la ENTS, y Ana Luz Minera Castillo, del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA), también de la UNAM, aseveró Casas Ratia.
Difícil, la vida en la ciudad
En la sesión, la investigadora y exdirectora del IIA, Cristina Oehmichen Bazán, refirió que la ciudad les permite el anonimato a los jóvenes migrantes indígenas, quienes no son seres pasivos porque tienen una capacidad de respuesta para enfrentar los desafíos que la urbe les presenta. Poseen un espíritu de lucha que les permite reconfigurar sus relaciones sociales en los lugares de acogida, por ejemplo.
Cuando migran, las mazahuas residen con sus parientes o encuentran refugio en los hogares donde trabajan como empleadas domésticas. Algunas niñas y adolescentes laboran para otras mujeres de su grupo étnico a cambio de comida y un ingreso económico bajo. En estos casos las redes de parentesco y paisanaje son movilizadas para encontrarles acomodo.
No obstante, explicó la especialista, la vida en la ciudad no es fácil; los testimonios describen el maltrato que reciben por ser indígenas y mostrarse como tales. Esto ocasiona que busquen pasar inadvertidas al dejar de usar su atuendo tradicional y, por lo tanto, portar ropa similar a la que utilizan las mujeres no indígenas de los sectores urbano-populares. En otros contextos muestran de manera abierta y desafiante su etnicidad, sobre todo cuando se trata de reclamar derechos colectivos.
Oehmichen Bazán señaló que hay una serie de factores, más allá de los económicos, que motivan la migración; uno de ellos es la violencia de género. El primer elemento de expulsión es el “fracaso matrimonial” ocasionado por el abandono del cónyuge, además de la poliginia, es decir, la unión del hombre con más de una mujer, práctica no avalada por el Estado ni las iglesias. Las mazahuas adquirieron esa costumbre como referente para emigrar a la ciudad, por temor a ser robadas por un varón con esposa o se les imponga un matrimonio no deseado, entre otros motivos.
Aguantar vara
Gustavo López Castro, integrante del Centro de Estudios Rurales de El Colegio de Michoacán, detalló que la experiencia de los niños como migrantes está determinada por el llamado “ethos de recepción”, que incluye oportunidades disponibles en las localidades de llegada, y el clima social y cultural que encuentran en esos lugares.
También hay un “ethos de recepción actuante”, cuando los menores nacidos en Estados Unidos llegan al pueblo de origen de sus padres. El investigador mencionó el caso de un menor que no habla bien inglés, ni español, ni sabía purépecha; al llegar a México encontró el rechazo de sus compañeros de escuela. En estos casos piensan volver a la Unión Americana, aunque valoran la comida, las fiestas, el clima y la tradición del pueblo.
Ellos dicen que en México “hay que aguantar vara y no desesperarse”; en cambio, en EUA es posible reaccionar y pelear por sus derechos. “Los jóvenes sufren actitudes racistas y discriminatorias en todo el proceso migratorio, y en el proceso de asentamiento y adaptación”, puntualizó López Castro.
Omar Isidro Asiain, supervisor médico encargado de la Jefatura de Unidad Departamental de Representación y Apoyo en la Procuraduría de Protección de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes del DIF de la Ciudad de México, acotó que a los menores en situación de vulnerabilidad se les atiende según sus características particulares, a partir de principios como el interés superior de la infancia y lo que establece la ley.
En representación de la Sociedad Civil Organizada, Guadalupe Beltrán Larrazolo, del Proyecto Taika, argumentó que palabras o frases como: “pobres”, “ilegales”, “polleros”, “ignorantes”, “seguro vienen a vender drogas”, “personas corrientes”, “vienen a quitarnos el trabajo”, parecen establecer quiénes son las personas migrantes según dichos generados a partir de posturas de poder y, con frecuencia, de ignorancia.
Nuestro proyecto tiene el objetivo de propiciar espacios de encuentro seguros, donde los menores tengan la posibilidad de escuchar al otro, incluidas voces de las autoridades o de quienes los han agredido, y permitir que se reconozcan a ellos mismos y la identidad que los caracteriza, que es, en repetidas ocasiones, lo que los sostiene en contextos de alta vulnerabilidad, concluyó.